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Colores en el aire, fuego en el corazón, Imagine Dragons conquistó Bogotá

El 17 de octubre de 2025 quedará tatuado en la memoria colectiva de quienes llenaron él Vive Claro Arena hasta el último rincón. Desde temprano, miles de voces se fusionaron en un coro de ansiedad y emoción contenida, la espera por Imagine Dragons se sentía como una tormenta eléctrica a punto de estallar. Cuando las luces se apagaron y los primeros acordes de “Fire in These Hills” encendieron el recinto, el rugido del público fue tan intenso que hizo vibrar el suelo. Durante poco más de dos horas, Dan Reynolds y su banda desplegaron un espectáculo monumental, recorriendo 20 canciones que fueron una avalancha de emoción, luces y humanidad. Bogotá se rindió ante el poder de una agrupación que enciende almas.

Las primeras explosiones de papelitos de colores cayeron sobre la multitud con “Thunder”, transformando el lugar en una galaxia de confeti y gritos. La energía era tan palpable que parecía que cada fragmento suspendido en el aire tenía vida propia. “Bones” y “Take Me to the Beach” siguieron sin tregua, mostrando a una banda en plena forma, capaz de equilibrar músculo sonoro con momentos de pura sensibilidad. El remix de “Shots” elevó la euforia a niveles estratosféricos, mientras que Bad Liar” se sintió como una confesión miles de luces de celulares parpadeaban como luciérnagas urbanas en medio de la penumbra, acompañando la voz quebrada de Reynolds en un instante de comunión pura.

“Whatever It Takes” fue una declaración de resistencia y fuerza. Allí, el público saltó al unísono, como si la frase “falling too fast to prepare for this” fuera un mantra para todos los que siguen adelante a pesar de la vida. Él Vive Claro se convirtió en una sola ola de movimiento, de respiraciones compartidas y lágrimas furtivas.

Entonces llegó el bloque acústico, íntimo y luminoso. “Next to Me”, aunque en fragmento, bastó para detener el tiempo. “It’s Time” trajo una nostalgia que abrazó a todos los presentes; y cuando sonó “I Bet My Life”, el recinto entero se transformó en un coro infinito, una especie de plegaria hecha canción. Fue el punto medio perfecto, ese momento en el que los estadios se convierten en hogares.

Pero lo mejor aún estaba por venir. En la segunda mitad del show, la banda desató una ráfaga imparable de hits. “On Top of the World”, estrenada en esta gira, fue un estallido de alegría; “Wake Up” y “Radioactive” sacudieron cada fibra del lugar, con una puesta en escena tan potente que el aire se sentía cargado de electricidad. Cuando llegó “Demons”, el silencio previo fue reverencial. Reynolds, con la mirada al cielo, dejó que su voz flotara sobre el público como una plegaria. “Don’t get too close, it’s dark inside”, susurró, y por un momento Bogotá fue un solo corazón latiendo al compás de la vulnerabilidad.

El viaje continuó con “Natural” y “Walking the Wire”, un binomio que equilibró fuego y ternura. Pero fue durante “Sharks” cuando la sorpresa alcanzó su clímax, un fan disfrazado de tiburón subió al escenario, bailando junto al vocalista entre risas y una oleada de papelitos multicolor. El público estalló. Fue uno de esos momentos que definen una noche; espontáneo, brillante y absolutamente humano.

El segundo aire llegó con “Enemy”, donde la intensidad visual se combinó con la fuerza de los tambores. El ritmo golpeaba el pecho como un recordatorio de que la música también es guerra y redención. Luego, “Eyes Closed” mantuvo la tensión, mientras la banda jugaba con luces rojas que pintaban el escenario como si fuera lava.

“Birds” trajo un respiro poético, miles de manos ondeando al ritmo suave de la melodía, en un instante donde todo pareció flotar. Fue el preludio perfecto para el desenlace. Y entonces, la explosión final: “Believer”. Una marea de luces blancas, fuego, humo y confeti inundó el recinto. Cada verso fue gritado, cada golpe de batería pareció atravesar el pecho de todos. “Pain! You made me a believer!” se convirtió en el himno absoluto de una noche que ya era historia.

Cuando la banda se despidió entre sonrisas y abrazos, el público seguía de pie, pidiendo más. Fue entonces cuando, sin previo aviso, sonó nuevamente “Fire in These Hills” a través de los parlantes, como un eco lejano que acompañaba la salida de los asistentes. La banda ya no estaba en escena, pero la música seguía encendida, como si el propio recinto no quisiera dejarla ir.

Al salir, el eco de Imagine Dragons seguía flotando sobre la ciudad, Bogotá fue testigo de una noche donde los colores no solo volaron por el aire, sino que se quedaron grabados en el alma.

Por: Yesica Torres

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