LatinoaméricaInternacionalReseñasReseñas Conciertos

EL SEGUNDO DIA DEL ESTEREO PICNIC, EL AGUA NO APLACÓ LA ENERGIA DE LOS ASISTENTES

Apenas comenzaba la tarde y ya se sentía la promesa de algo grande. Desde temprano, la música empezaba a colarse por los rincones del Parque Simón Bolívar, mientras los primeros asistentes cruzaban los filtros, buscando a sus amigos y un lugar donde dejarse llevar. Y fue la bumanguesa Lunalé quien inauguró el segundo día del Festival Estéreo Picnic: una voz limpia, honesta y valiente, la primera línea de una jornada que reafirmaría esa apuesta sostenida del festival por las cantautoras mujeres. Como lo dijimos ayer: no es una cuota simbólica, es una decisión curatorial que se siente y se escucha. 

En simultáneo, Bad Milk aparecía en el Escenario Presente con una propuesta urbana afilada y segura, mostrando ese espacio íntimo dentro del beat. Llegaría luego Gato e’ Monte, trayendo uno de los momentos más originales del día. Con algunos uniformes de su pollería —sí, ese epicentro gastronómico popular y sabroso—,  entregaron un acto espontáneo que se pasea con irreverencia por las músicas campesinas pasadas por el filtro de la urbe. Gustavo Casallas, su vocalista, con una voz rasgada, de muchas madrugadas, arrastró al público a los laberintos de cemento de la capital.

Desde el rock bogotano llegaron dos potencias distintas y complementarias. Por un lado, Yo No la Tengo, que desde el primer acorde supo que no había tiempo para tibiezas. La banda desató un vendaval de distorsión y humor, con letras que parecen escritas en el margen de una servilleta después de una conversación urgente. Potencia, sarcasmo, crítica y cuerpo. Su show fue una descarga de ciudad. Oh’laville, poco después, demostró que hace tiempo dejó de ser una promesa para convertirse en una certeza: cómodos en el escenario, sólidos en su sonido, impecables en ejecución. Su rock, profundo, cuidadoso, emocional, fue uno de los momentos de comunión colectiva más genuinos del día. Bogotá tiene rock y ayer lo gritó sin pudor.

Magna, desde Medellín, trajo una energía compacta que sorprendió a más de uno.  Y entonces, un punto de quiebre. Michael Kiwanuka apareció y transformó el clima emocional del festival. Su voz, robusta y potente, abrazó al público con una mezcla de soul y folk con mucho groove. Parecía tejido a mano. «Cold Little Heart» fue uno de los momentos más hermosos del día: el coro resonando en el parque, las luces bajando, la piel de gallina. Fue elegante sin ser distante, conmovedor sin forzar la emoción.

Y entonces llovió. Pero no una lluvia tímida. Un aguacero. Torrencial. Y en medio de ese diluvio, The Hives. Pocas bandas parecen nacidas para una tormenta como ellos. Con trajes empapados y energía intacta, convirtieron la lluvia en parte del espectáculo. Gritaron, saltaron e incendiaron. Fue un momento de locura compartida, de esa euforia que solo se da cuando el caos y la música se funden en un solo pulso. Paralelo, Elena Rose equilibró la jornada con una presentación que se movía entre el pop y la sensibilidad latina.

image 462 1500x1000 - EL SEGUNDO DIA DEL ESTEREO PICNIC, EL AGUA NO APLACÓ LA ENERGIA DE LOS ASISTENTES

Pasadas las 7 de la noche, el Escenario Adidas se llenó de aplausos cuando Las 1280 Almas subieron a escena. Y entonces pasó algo que no es fácil de explicar: una ola de energía emotiva se apoderó del público. Alegría y resistencia sobre el escenario. No vamos a mentir: extrañamos a Incubus, pero Las Almas son Bogotá, son historia viva, son rabia lúcida y afecto. Su presentación fue una celebración ruidosa de lo colectivo. Pocas bandas hacen vibrar así. Al mismo tiempo Neil Frances,  en el Escenario Falabella, aportó su cuota de elegancia con un set que combinó house relajado y pop electrónico. Fue música para dejarse ir: bailable y contemplar. El tipo de show que convierte una carpa en burbuja.

Más tarde, Parcels ofreció un set que se sintió como una invitación a bailar descalzos en la sala de la casa. Cálidos, suaves y precisos. Su mezcla de funk y disco iluminó la noche con una calidez envolvente. Entre aplausos, apareció en el escenario el músico venezolano Alberto Beto Montenegro de la agrupación Rawayana. Un regalo inesperado.

Y llegó un momento épico. Tool transformó el Escenario Adidas en una experiencia sensorial total. Las visuales —espectaculares, hipnóticas, inquietantes, angustiantes— han sido las más impactantes de esta edición del FEP. Fue perfección musical: un sonido quirúrgico, oscuro, meticuloso, ejecutado con una precisión casi inhumana. Cada golpe de batería, cada distorsión de guitarra, cada pausa medida al milímetro. La banda no tocó para el público: tocó desde otro plano, como si su energía no viniera de esta Tierra. Y nosotros, abajo, solo podíamos mirar hacia arriba, como quien asiste a una ceremonia sagrada e indescifrable.

Luego de este poderoso ritual, el giro fue de 180 grados, pero sin perder un ápice de calidad. Justin Timberlake, encargado de cerrar el Escenario Johnnie Walker, ofreció una producción impecable. Con sus coreografías, su carisma escénico y una banda de primer nivel, recordó por qué es uno de los grandes del pop mundial. Aunque el día estuvo claramente atravesado por guitarras, distorsión y pulsos eléctricos, su presentación fue un despliegue de precisión y oficio

image 463 - EL SEGUNDO DIA DEL ESTEREO PICNIC, EL AGUA NO APLACÓ LA ENERGIA DE LOS ASISTENTES

Entre tanto, para cerrar el escenario Adidas, Danny Ocean se subió con su estilo inconfundible, llevando al público por una montaña rusa emocional. De los beats bailables a la confesión romántica, su conexión con la audiencia fue total. «Me Rehúso» sonó como un himno renovado, y nadie quiso irse aún.

Y como si el día no hubiera tenido ya suficientes sorpresas, ocurrió lo inesperado: Benson Boone, Teddy Swims y La Ramona se subieron juntos al Club Aora. Un set improvisado, íntimo, que se volvió viral antes de que terminara. Tres voces distintas, unidas por la pura emoción de cantar. Quienes estuvimos ahí no lo vamos a olvidar.

Más tarde, Richie Hawtin cerró la jornada electrónica con un set apoteósico. Bajo visuales cinéticos y una ambientación sonora envolvente, el pionero del techno minimalista ofreció una sesión implacable que mantuvo a la audiencia despierta y eufórica hasta el cierre. Una clausura perfecta para un día en el que la ciudad tembló entre guitarras, lluvia, bajos profundos y voces inolvidables.

Así fue el segundo día. Variopinto, poderoso, ecléctico. Con artistas locales e internacionales, con nombres gigantes y joyas por descubrir. Un día atravesado por el rock, ese que hace latir a Bogotá. El aguacero no aguó la fiesta: la prendió

Mostrar más

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba